Finca La Canaleja

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La berrea es cosa de ciervos

Pronto y bien mandado, procedo de acuerdo con la petición que me realizaron mis compañeros del programa radiofónico Desveda, que se emite todos los sábados en Onda Vasca. Y claro está, no me puedo negar a pesar de que, tal vez, escriba asuntos que a más de uno no le vayan a gustar. Pierdo el hilo. Patricia, en el programa Desveda del sábado día 17-09-11, me mandó escribir sobre la berrea del ciervo, aun cuando yo, por reminiscencias antañonas de Castilla, siga denominándola brama. Es igual. Estamos hablando del celo del ciervo, nada más.

La berrea

La berrea no se inicia sistemáticamente con las primeras lluvias de septiembre. Qué va. La berrea comienza cuando las ciervas están en disposición de ovular. O sea: cuando las ciervas están lo suficientemente nutridas como para comenzar una gestación que durará ocho meses. En su reloj biológico, la cierva lo tiene todo calculado para quedar preñada en buen estado físico y parir cuando la naturaleza pueda ofrecerle todo lo que necesite para que a su cría (raras veces paren dos) no le falte de nada. Por eso, si la berrea se retrasa, los orgánicos, gestores, presidentes de cotos, etc. etc. suelen estar muy preocupados, pues si el parto se retrasa, puede perjudicarle el calor de junio y hasta el de agosto. Todo depende de cuándo comience la berrea, que, casi siempre, suele ser a primeros de septiembre o más tarde dentro del mismo mes, dependiendo de la zona peninsular ibérica o del origen de los ciervos. Los de granjas abiertas (corralones o cercados) pueden contribuir a la berrea mediante alimentación artificial, pero siempre tendrán el clima como variable no controlable. De los ciervos estabulados o semiestabulados, no quiero escribir. Pero haberlos, haylos. Sepan que donde no hay berrea, no hay selección natural. Y con ello no quiero decir que no se abatan luego unos ciervos hechos a medida con una cornamenta fenomenal. Pero eso es harina de otro costal. Sirva este articulillo para insistir, una vez más, que si la Junta Nacional de Homologación de Trofeos se dedicara a algo más que a medir las cuernas, cuernos, colmillos, cráneos y demás sucedáneos de los animales catalogados. Dispondríamos de una información fenomenal que iría mucho más allá de saber quién «atrapa» el bicho con apéndices de mayor tamaño. En este caso, los ciervos. Eso, con decir, dice poco y podría aprovecharse para que dijera muchísimas cosas más. Ya está bien de ver a los del papel couché, encausados, políticos y demás gente muy principal encabezando el ranking de cuernas, cuernos y algo más. Y claro está, este nuestro comercio que sigue siendo fenicio y ladino, responde con animales de diseño a tropelía tal.

Aun cuando la cierva esté bien nutrida y preparada para la ovulación, no se llevará a cabo esta mientras no deje de hacer el calor propio del verano. Tal vez lo de las cuatro primeras gotas de lluvia en septiembre se diga por eso, no lo sé. Pero así es. Muchos de los ciervos, salvo los de Doñana, dicen que son animales de otras latitudes más frías y que no terminan de aclimatarse a nuestros lares. Por eso no comenzará la berrea hasta que deje de hacer calor.

En el mes de julio, los machos ya estarán en plena forma, pues al alcanzar su máximo nivel de testosterona, sus cuernas sufrirán transformaciones como consecuencia de la falta de irrigación sanguínea. Es entonces cuando comenzará la escoda. Qué no es otra cosa que el constante frotar sus cuernas hasta perder ese característico terciopelo que las recubre denominado «borrra». Las cuernas recién desmogadas son como de un blanco sucio y luego se transforman en marrones oscuras.

 

Cuando el ciervo barrunta que las hembras van a empezar a ovular, se ubica en un claro de monte. Claro que delimitará con sus orines y sus glándulas odoríferas ubicadas en el lagrimal de los ojos. También suele untarse con el barro que hace al orinar en tierra y patearla. Una vez untado, se frota en pedregones y matorrales.

Cuando tiene el terreno delimitado comenzará a llamar a las ciervas con sus bramidos a los que acudirán otros machos a medir sus fuerzas con él, caso de que no les acobarden estos de saque. Si osa alguno entrar en su terreno marcado y bien delimitado, medirán sus fuerzas en cruenta pelea. Claro, el choque es brutal,  pero sólo sufren en lo inherente al esfuerzo de medir sus fuerzas y poco más. A la postre, el ciervo más fuerte será el que monte a las ciervas que hayan acudido al cercado «virtual» previamente marcado. Es por eso la importancia que tiene una buena gestión a fin de no sucumbir ante la «trofeitis» y dejar el monte sin ejemplares fuertes y sanos que puedan transmitir a las ciervas su vigorosidad.

La cierva, una vez preñada, se dedica con ahínco a comer toda suerte de frutos silvestres, y hasta setas. Cualquier comida que le ofrezca el otoño, para que cuando llegue el invierno tenga las suficientes energías acumuladas como para salvaguardar lo que lleva dentro.

A mi modesto entender, la berrea es un asunto bello de verdad. Pero eso de llevar capitalinos hasta casi hacer de mamporreros, lo considero una atrocidad y una falta total de respeto a la naturaleza. Pues el ciervo que barrunta humanos en tales circunstancias tiende a ponerse nervioso y huir, con lo cual se deshace esa especie de picadero que antes les he descrito someramente. En esos momentos, la naturaleza no se debe de alterar bajo ningún concepto, y mucho menos con esos «mirones» que suelen ser los más bobalicones de la ciudad.

He oído y leído que a veces se quedan enganchados ambos contendientes por defecto en las cuernas de uno de ellos o de los dos. Son poquísimas las veces que ocurre esto. Como también son poquísimas las veces, que, por defecto de cuernas, se hieren al medir fuerzas.

Yo entiendo que cazar en berrea es quitar a los ciervos el proceso natural de competir para luego montar el mejor dotado a fin de transmitir a la raza fuerza y vigor. Pero otros no lo entienden así.

Otro día les escribiré sobre el desmogue, que es la caída de las cuernas que tiene lugar allá sobre el mes de marzo.

Tal vez haya omitido algo por obvio o desconocido por mí. Por ejemplo, no les he dicho que lo que de verdad sorprenderá al estudioso u observador sensato y respetuoso, será el cervatillo recién nacido, quien nada más ser parido mamará de las tetas de su dolorida y satisfecha madre. El cervatillo, en su innato instinto de conservación, irá cambiando de postura física en su encame a fin de pasar inadvertido al llevar a cabo con su cuerpo un mimetismo total.